Una ráfaga blanca me empujó hacia atrás y otra negra me enderezó hacia delante. Me encontré de pronto agarrada por ambos. Uno tiraba de mi brazo hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. ¡Me hacían daño!
–¡Maldito seas vampiro de mierda, no le pongas las manos encima!
–¡Suéltala y la suelto! –ordenó Roland.
–Suéltala tú, y la suelto yo. –Ordenó Darío.
–¡M-me vais a arrancar los bra…brazos, idiotas! –chillé histérica haciendo fuerza hacia dentro para recuperar lo que era mío.
Par de neandertales, volvieron a ignorarme empujándome hacia un lado y se lanzaron el uno contra el otro, golpeándose de nuevo. Darío atizó un fuerte golpe al vampiro que salió despedido hasta unos matorrales y allí quedó unos segundos, escupiendo sangre, mientras yo movía mis brazos que ardían de dolor por los tirones.
–¡Basta ya! –les chillé.
El vampiro necesitó del apoyo de un árbol, para ponerse en pie y regresar a la carretera, donde Darío hacia una señal con el dedo índice, para que se acercase y seguir pegándose.
(...)
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