Sonrisas falsas y malas
miradas. En una de estas nos íbamos a matar. Y sino, tiempo al tiempo.
Resultaba que pese a los votos negativos
de los demás Terraes, Darío hacía lo
que le venía en gana respecto a Cat. Sin tener en cuenta los delicados
sentimientos de Hefesto. Estuvimos dos semanas muy incómodos en la giuma, con la presencia diaria de esa
mala pécora, rondando por todas las estancias del tranquilo hogar de los
albinos. En un par de ocasiones la había encontrado en mi cuarto, buscando
entre mi ropa algo que ponerse ella o quitarme, que era lo mismo.
–¿Sabes, niña? él se pasa el día pensando
en ti, es una pena que a la hora de la verdad me prefiera a mí. Es una bestia
en la cama.
–No me importa lo que haga o deje de
hacer. ¡Vete de mi cuarto, maldita sea! –le advertí quitándole de las manos una
top de tirantes y dándole un tremendo empujón contra la puerta.
–Con ese temperamento que te gastas, vas
a quedarte sola y amargada. Darío es mío, supéralo ma chère. –Intentó enfurecerme.
Catherine MondeRouge
era indiscutiblemente; egoísta, presumida, fachendosa, egocéntrica, interesada
e insoportablemente gritona. ¿Por qué no se iba con viento fresco a su amada
Francia? Era francesa o eso me había parecido escuchar. Su apellido me daba
risa. Su forma de pronunciar el inglés me daba arcadas. ¡Y, oh sí! Por no
hablar de su insolencia por tratarme mal y arrimarse como una perra en celo, al
hombre que en un par de ocasiones se había sentido tentado después de besarme a
hacerme el amor. Me daba tanta rabia sentirme traicionada… En una de esas acabé
perdiendo la paciencia y la trinqué de los pelos cuando me llamó sassenach estúpida. Ni entre tres pudieron separarme de ella, acabé con la mano llena
de mechones rubios. (...)
Para pedir un ejemplar de la novela: raycuenca@hotmail.com
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